viernes, 27 de febrero de 2009

EDITORIAL marzo/abril 2009



EDITORIAL

Que vivimos en una era mediática es algo que tenemos claro absolutamente todos. La imagen que proyectemos es la principal vía de penetración en los mercados y en el imaginario del consumidor, intermediario o final. Probablemente venda más una empresa de guisantes cuyo empaquetado transmita una mejor imagen que otra cuyos guisantes sean mucho mejores pero la foto de su empaquetado esté descolorida, por ejemplo. Los productores, distribuidores y artistas sabemos que la imagen es muy importante, de ahí que los capítulos de diseño, fotografía y vídeo y de publicidad cobren mucha importancia en los presupuestos, y que la puesta en escena se cuide mucho para, entre otras cosas, dejar la mejor imagen posible. Ya saben. Aquello de un buen producto que hay que dar a conocer porque si no no hay venta. O aquello del político que da una
buena imagen, no importa cómo se comporte. Ejemplo de esto último acaba de salir por la puerta pequeña de una casa enorme pintada de blanco.
Más cerquita de casa, ¿quién no ha oído hablar del cierre de algún teatro maquillándolo con la cortina de humo de una remodelación del edificio? ¿Quién no ha visto cómo un político se saca una foto con una estrella para que su público vea lo buen gestor que es porque la trae a tal o cual
ciudad? ¿Quién no ha visto cómo hasta se pide la cadena perpetua en debates abiertos sobre un hecho ocurrido hace más de un mes sólo para mantener a una audiencia ávida de morbo? ¿Quién no ha visto a una presidenta de una comunidad realizando un comunicado público, con calcetines, sobre su vivencia personal cuando lo importante era la tragedia ocurrida? ¿Quién no ha visto la magnitud de la lucha de uno u otro político por ganar cuotas de pantalla?
Y es que no podemos dejar al azar la venta de nuestro producto, de otro modo mal nos iba, seguro. Por eso es cada vez mayor la lucha por estar o mantenerse en primera línea, justo donde más ilumina el foco.
El lado oscuro de la mercadotecnia está en esos individuos sin escrúpulos de ningún tipo, parapetados tras una enorme pantalla burocrática, que pueden manipular una imagen, o su punto de vista, para beneficiarse de determinados hechos. Y esos sí que son el auténtico peligro del que hay que alejarse. Y esa la práctica a erradicar.
Imaginen, por ejemplo, que en Sevilla hubiese un asesinato cruel de una chica. Llamémosla Marta. Ahora imaginen que alguien que persigue un beneficio económico rápido a través de su empresa mediática huele un negocio en esa desdichada muerte y se dedica a mercadear con la noticia. Ahora, imaginen que, por ejemplo en Lanzarote, muriesen veinticinco personas, sumemos a esa hipótesis que entre ellos hay muchos menores de edad, y que el carísimo Sistema Integrado de Vigilancia Exterior ni se enterase de ello. ¿Por qué podría ser que la noticia de esta tragedia humana no trascendiese tanto como la primera si, obviamente, ninguna muerte es más muerte que otra? ¿Si no hay muertos que valgan más que otros?
Por cierto. Feliz día de la Danza. Feliz día del Teatro. Con escrúpulos.

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