jueves, 15 de enero de 2009

OPINIÓN: De una cultura de la uniformidad a una cultura de la diversidad.

De una cultura de la uniformidad a una cultura de la diversidad.
isabel delgado

La crisis financiera marca el fin de un modelo cultural cuya doctrina es el fundamento del libre mercado.
Noam Chomsky


Vivimos en una sociedad obsesionada con los grandes éxitos. Elaboramos y seguimos con atención las listas de libros más vendidos, las películas más taquilleras o los índices de audiencia de los programas de televisión. Sin embargo, la economía está cambiando y ya no se rige por estos varemos. El panorama de muchos sectores, sobre todo del entretenimiento y la cultura, ha cambiado de tal forma que estamos en un entorno que ya nada tiene que ver con el de hace cinco años.
Todos hemos conocido la noticia de Russian Red, una joven madrileña que comienza colgando sus canciones en MySpace y consigue convertirse en un producto musical de éxito internacional. Este y otros casos de artistas descubiertos en la red, se deben a un cambio importante en los modelos de negocio de muchos sectores, pero es en el ocio y la cultura donde se aprecia más acusado.
Las nuevas tecnologías han permitido a los consumidores tener acceso a un sinfín de productos que sería impensable encontrar en una tienda o en un centro comercial por grande que sea. La reducción en los costes de almacenamiento y distribución que permiten las nuevas tecnologías y el fácil acceso a la información convierten a este modelo de negocio en un éxito asegurado.
¿Estamos asistiendo al fin de la cultura de masas? ¿Vamos hacia una sociedad donde la publicidad ya no dicta la demanda? ¿Donde triunfa la diversidad?
Actualmente sabemos que los gustos de la gente han sido forzados a concentrarse en unos pocos grupos musicales, productos de consumo y hobbies, pero que los intereses de las personas son mucho más variados de lo que pensaba el mercado. En la era de Internet por fin nos podemos explayar libremente. Es el ascenso del frikismo, el triunfo de los raros.
Las ventas ya no son lo que eran y ello debido a la inclusión de Internet que ha hecho posible que una suma agregada de artículos que se venden en pequeñas cantidades pueda sumar más que los productos superventas. El análisis del consumo de películas, libros y música, muestra cómo Internet ha hecho posible un nuevo mundo, en el que la combinación de ventas modestas y títulos minoritarios iguala las ventas de los grandes títulos.
Las consecuencias económicas son considerables. Se pueden vender más productos durante más tiempo a un mayor número de gentes. Las implicaciones sociales y culturales, sin embargo, son tal vez mayores. De una cultura moldeada por el mercado de masa estamos pasando a un mercado de nicho, verdadera explosión de diversidad.
Hoy día existe un acceso directo e ilimitado a la cultura y a los contenidos de todo tipo, cada vez menos dominado por los grandes medios de comunicación.
La TV puede transmitir un programa a millones de personas con una eficiencia inigualable pero, sin embargo, no puede transmitir un millón de programas a una persona. Algo que Internet hace de lujo.
Se está produciendo, también, una democratización de las herramientas de producción. Y no se limita a un campo en concreto, sino que se expande a sectores como la música (con los programas domésticos de creación y producción), cine (con la proliferación de las videocámaras digitales y los programas de edición electrónica), el periodismo (con los blogs), etc. La principal consecuencia de todo esto es que los consumidores han pasado de ser pasivos a activos, de simplemente consumidores a también productores. Todo ello derivará en un crecimiento de productos creativos a un ritmo jamás imaginado.
Esto es lo que explica Chris Anderson en su libro La larga cola. El futuro de los negocios está en vender menos de más. Las largas colas no son previamente filtradas por los requerimientos de la distribución ni por ninguna de las personas involucradas (las editoriales, los ejecutivos de los estudios cinematográficos, los cazatalentos, los gerentes, los políticos). Si la elección de estos intermediarios decidía antes qué era bueno o no, qué era arte o no, quién debía estar y quién no, en este nuevo paradigma cada nicho selecciona en función de sus necesidades, produciéndose la entrada en el mercado de nuevos productos culturales, existiendo más variabilidad y flexibilidad para aquellos productos minoritarios.

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