Teatro Príncipe Felipe
Tegueste
El teatro es una auténtica monada. Uno de esos espacios coquetos, con el rojo como color absolutamente dominante, roja la telonería, rojas las butacas, roja la alfombra del pasillo central, maderas barnizadas con una laca brillante brillante de tonos rojos tanto en las paredes como en el escenario, las columnas. Pero es una auténtica monada. Al entrar, uno se siente bien, e incluso se siente bien cuando entra sabiendo que lo que va a hacer en ese espacio es trabajar, hasta que uno toma plena conciencia de que para trabajar son indispensables ciertas condiciones.
Las barras electrificadas son tres: una de contra, otra en proscenio y otra, frontal, situada en el extremo opuesto al escenario. Todas fijas, incluso las cinco restantes, que permiten cambiar la ubicación de los focos o colgar telas, fácilmente, por cierto, porque la altura del espacio escénico ronda los cinco metros. La potencia total útil viene a ser de veinticuatro kilovatios, pero el equipamiento está un tanto perjudicado y, de los pocos PCs que tiene funcionan menos de la mitad, y los dimers están afectados por algún tipo de enfermedad que ataca a los triacs y de pronto sólo funcionan nueve de las doce líneas de que dispone el teatro. El equipo de sonido está bien, aunque entre el tenderete de cables y la extraña relación entre la etapa de potencia que está en el escenario y el equipo de control que está, o debería estar, donde el técnico se sitúa, hay que organizarse muy bien para sacar la función a tiempo. Aunque, como se te ocurra comentar con el ordenanza o con el técnico que tienes un problema, acabará movilizándose hasta la Concejala para que todo se solucione.
Camerinos, propiamente dichos, no tiene. Bueno. No tiene, ni propia ni impropiamente. Te ceden cordial e inmediatamente un espacio alternativo cerca de los aseos, en los bajos del escenario, que el hecho de que el teatro no disponga de ellos no es culpa ni de los gestores ni del ordenanza que te atiende. Muy amables todos, obvia decirlo. Estamos hablando de Tegueste.
El arquitecto no sabemos de dónde demonios saldría, pero desde luego no tiene ni la más remota idea de para qué se usa un teatro. Verán. Desde el patio de butacas no se ve el suelo, desde algunos asientos se ve perfectamente la columna que te toca delante, desde el palco, cómodamente sentado, se ve durante toda la obra, y maravillosamente bien, la barandilla que le colocó el arquitecto. Que también colocó, mírenlo a él, las (la) patas perfectas, alineadas, de hormigón inamovible. El telón de boca está situado un poco más atrás de la mitad del palco escénico, con lo que no puede usarse, y no hay tránsito trasero, aunque puede crearse uno sin demasiado esfuerzo.
No tiene muelle de carga, pero este tema está bastante bien resuelto con una rampa que hay en un lateral del edificio y que va a parar al patio de butacas.
La programación es constante y se nutre de las actividades propuestas desde las asociaciones vecinales, los circuitos profesionales y por la gestión directa de la gerencia de cultura, cuyo gestor se multiplica para programar una sala que cuenta con bajo presupuesto y muy buena disposición, llevando a la sala música, teatro y danza.
Tal vez sería un buen momento para hacer pequeños arreglos que redunden en mejores posibilidades escénicas y de programación. Tal vez, incluso, ceder la gestión artística del teatro a alguna empresa privada que vele por el cuidado del espacio y su equipamiento, y que pueda dedicarle el tiempo que este espacio merece. Ah. E inyectar más dinero, claro.
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